Hace unos días me preguntaron: "Por qué escribís sobre osos?"
Era, ciertamente, una pregunta capciosa. Y antes de exponer una razón, preferí exponer una historia que sería más didáctica que un "Porque pintó". Transcribir el diálogo con mi interlocutor sería mi procedimiento clásico, pero como quiero innovar y jugar con doble cinco y un cuatro con proyección; voy a relatarles esta historia como si me lo hubieran preguntado ustedes.
No soy el primero al que se le ocurre escribir sobre osos, aunque me gustaría ser el último. Si para asegurarme de ello debo recurrir a un sicario, cancelaré mi suscripción a la revista Playboy y empezaré a ahorrar (si me mudo a México no tomaría mucho tiempo).
Todo comienza hace un par de semanas, con dos sucesos: la habilitación de Tooncast por mi proveedor de cable, permitiéndome ver dibujitos viejos, en primer lugar; y una payada con guitarras extrañas, en segundo lugar.
A fines de los cincuenta, un equipo creativo (que abusaba del peyote rancio) compuesto por William Hanna, Joseph Barbera y Ed Benedict, le daban vida al personaje de El Oso Yogi. Se cree que la primera mitad de la década la pasaron invirtiendo dinero en ingeniería biológica para generar animales de probeta con capacidades racionales y mal gusto para vestir; pero ante los reclamos de los prestamistas y de sus insatisfechas mujeres, abandonaron el ámbito científico para dedicarse de lleno a un más ameno ámbito artístico con los mismos fines.
Era, ciertamente, una pregunta capciosa. Y antes de exponer una razón, preferí exponer una historia que sería más didáctica que un "Porque pintó". Transcribir el diálogo con mi interlocutor sería mi procedimiento clásico, pero como quiero innovar y jugar con doble cinco y un cuatro con proyección; voy a relatarles esta historia como si me lo hubieran preguntado ustedes.
No soy el primero al que se le ocurre escribir sobre osos, aunque me gustaría ser el último. Si para asegurarme de ello debo recurrir a un sicario, cancelaré mi suscripción a la revista Playboy y empezaré a ahorrar (si me mudo a México no tomaría mucho tiempo).
Todo comienza hace un par de semanas, con dos sucesos: la habilitación de Tooncast por mi proveedor de cable, permitiéndome ver dibujitos viejos, en primer lugar; y una payada con guitarras extrañas, en segundo lugar.
A fines de los cincuenta, un equipo creativo (que abusaba del peyote rancio) compuesto por William Hanna, Joseph Barbera y Ed Benedict, le daban vida al personaje de El Oso Yogi. Se cree que la primera mitad de la década la pasaron invirtiendo dinero en ingeniería biológica para generar animales de probeta con capacidades racionales y mal gusto para vestir; pero ante los reclamos de los prestamistas y de sus insatisfechas mujeres, abandonaron el ámbito científico para dedicarse de lleno a un más ameno ámbito artístico con los mismos fines.
Un orsino que usa corbata sin camisa, sombrero rockabilly y atraca a los turistas del parque nacional en el que vive, se convertía en éxito. En una época donde la gente apenas sabía atarse los cordones, y creían que si tenías sexo de parado no te podías embarazar; claramente nadie vería en un primer momento el siniestro ejemplo que le daba Yogi a los niños. Y eso sin mencionar su elección sexual ¿Cómo se les pasó por alto a los organismos defensores de los valores conservadores el hecho de que este oso convivía con un (aparentemente) menor de su mismo sexo, y repudiaba a su vecina que, como buena calentona, le cocinaba a cambio de que le acomodara los cajones y perpetuara la especie?
Miré varios capítulos viejos de Yogi en las últimas semanas, porque justo lo dan a mi tardía hora de almorzar. Un oso políticamente incorrecto concebido por tres faloperos era la sobremesa perfecta, y empezó a dibujarse algo en mi cabeza.
Luego vinieron las barajas. Y un muchacho que está haciendo sus primeros pasos en el fantástico mundillo de las cartis y la frustración existencial que conlleva. El pibi guitarreaba mientras los demás jugaban y luego de varios fallidos, comenzó a improvisar lo que sería un inminente clásico del rock nacional. Esta canción lo pondría junto a grandes como Spinetta, Nebbia, Abuelo y Las Dagors; además de ayudarlo a evadir el pedido de captura internacional que tiene.
Cantaba sobre "El Oso" de Moris, pero una versión en la que al pobre bicho se lo llevaba puesto un camión con acoplado y todo terminaba mal.
Entonces tuve la epifanía.
Al oso le cabía el Scania. Y después? Después se convertía en mortadela, claramente. Y eso, en Mortadela de Oso - El Blog. Todo cerraba perfecto, como las "pistas" del "misterio" de la novela de "suspenso" que es "El Código DaVinci" (después de cada comillas en esta última oración, van efectos visuales con LOL y LoLz0R que aún no tengo presupuesto para adosar).
Si tres manijas de queta como Hanna-Barbera y el otro intrascendente podían joder con/a los osos y bañarse en grossura y Epic Win, yo también podía hacerlo.
(y ser un ejemplo para la más tierna juventud)
Yogi.
ReplyDeleteIllia Kuryaki.
Opio.
La combinación perfecta para un fin de semana.